La puta del rey
Confieso no haber leído la novela, ni visto la película correspondiente, pero no me hace mucha falta, la verdad.
La existencia de putas, dicho sea sin ánimo despectivo o peyorativo alguno, es muy frecuente, tanto en la alta como en la baja sociedad, y a lo largo de la historia. Algunos dicen que es la primera profesión del mundo, aunque para otros la primera ocupación fue la de político, esos caras que dicen van a arreglar nuestros problemas, cuando solo trabajan para solucionarse los suyos. Y así nos va.
Para las mujeres utilizar el sexo para conseguir sus fines, normalmente económicos y sociales, es una constante histórica. Los hombres, en cambio, somos tan tontos que pensamos que el sexo es un fin en su mismo, sin darnos cuenta de que se utiliza como moneda de pago, de cobro, de intercambio, etc. En resumen, que es tan corriente en el comercio humano como el dinero.
Reyes con amantes han sido y son frecuentes. Lo raro es lo contrario, los matrimonios por amor, bien avenidos, incluso después de muchos años de matrimonio, lo que ya es casi milagroso.
Normalmente las puta del Rey suele ser plebeya, de baja cuna y de alta cama, parodiando la canción, pero eso no es ningún problema, pues se la casa con cualquier príncipe de tercera –en Alemania e Italia los hay a miles, pues allí el título de príncipe es equivalente a un título nobiliario español, es decir es un noble más-, y aquí paz y después gloria. O se la hace marquesa, condesa o lo que se tercie. También puede casársela con un buen amigo –si es homosexual mucho mejor, pues así los dos cubren las apariencias-, y a vivir que son dos días.
Se le monta una residencia, lo más alejada posible de la urbe, para evitar las fotos, indiscreciones, etc., se le hace una piscina, o dos, si se tercia, y si le molesta el monte próximo, pues le impide tener buenas vistas, se rebaja la colina y se hace un paisaje a la medida de tan ilustre puta. Será por dinero. Total que más da, si pagan los desgraciados súbditos del país.
Todo lo dicho, obviamente, se refiere a un país imaginario, que nada tiene que ver con España. Nosotros somos un país serio, afortunadamente, no un reino bananero… Y yo me lo creo. Que le vamos a hacer. Soy católico y estoy acostumbrado a comulgar con ruedas de molino.