Puigdemont, un presidente demenciado


Un hombre es una persona que, con todos sus fallos, errores o limitaciones, se viste por los pies, y afronta todas las responsabilidades, incluidas las penales, en su caso.

Un cobarde es una persona que es incapaz de enfrentarse a los problemas que la vida le depara, y opta por la solución más fácil: la huida.

Un hombre es quien es capaz de ganarse la vida con el sudor de su frente, y no quien aspira a vivir toda la vida de la política, como activista, hombre de paja, o testaferro de la familia Pujol, y sus 3.000 millones de euros.

Un hombre, o una mujer, es quien cuando el barco se hunde es el último en abandonar la nave, y no quien abjura de sus principios ante los fiscales y jueces, para evitar su encarcelamiento.

Un demente es una persona que confunde la realidad con sus propias fantasías, y vive en un universo virtual, pensando que las cosas son como a él le gustaría que fueran, y no como realmente son…

Un incapacitado, desde el punto de vista civil, es una persona que no está bien, y necesita la asistencia de un tutor para que vele por sus intereses, de forma que no se perjudique a sí mismo ni a los demás.

Cualquier médico forense podría, previa revisión, verificar si el señor Puigdemont, presidente legítimo de la república de su casa (sobre todo ahora, que no está su mujer) está cuerdo o tiene graves deficiencias psicológicas, psiquiátricas o sociales, que le nublan el conocimiento, fruto tal vez del exceso de estrés a que ha estado sometido en los últimos tiempos, o por las razones que fueren…

No soy médico, ni psicólogo, ni psiquiatra, por lo que mi opinión realmente carece de autoridad, pero desde hace un tiempo a esta parte, me ha parecido –y cada día más-, que el señor Puigdemont no está bien de la azotea, que le falta un hervor, que es tonto perdido, o que se le ha ido la olla, o todo ello a la vez, en un totum revolutum.

Teniendo en cuenta que los problemas mentales pueden reducir mucho las penas a imponer, o incluso eximir de las mismas, previo internamiento en un centro psiquiátrico, obviamente, no estaría de más que el señor Puigdemont y sus secuaces, que no saben cómo quitárselo de encima, estudiasen detenidamente esta posible salida por la gatera, siguiendo la tónica de huir de sus propias responsabilidades, ante la incapacidad de poder afrontar las consecuencias de sus actos.

Él querría volver a España, a la Plaza de Cataluña, precisamente, o cualquier otro lugar emblemático, cual un nuevo Tarradellas, y gritar ¡YA ESTOY AQUÍ!, mientras las masas enfervorizadas –o más bien arruinadas- por su mala gestión le aclamaran, pero se trata de una mera ilusión, propia de una mente enferma, que confunde la realidad con sus fantasías delirantes.

Decididamente, está para que lo encierren, o por lo menos le sometan a tratamiento psiquiátrico y psicológico, con efectos curativos, si es que todavía es recuperable, que lo dudo…

Publicado en Alerta Digital y Heraldo Sanitario de Oregón (13/11/2017), Sierra Norte Digital (14/11/2017) y La Tribuna de Cartagena (16/11/2017)

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