Médicos y abogados
Iba a titular el artículo “La inteligencia de los médicos y la estupidez de los abogados”, pero creo son mejores los titulares cortos, además de que no quiero ofender a los miles de compañeros que realizan su trabajo con la mayor competencia y diligencia; casi todos.
Lo que quiero decir, y digo, es que los médicos son mucho más inteligentes que los abogados, al menos en su trato con los pacientes o clientes. Aparte de que en alguna especialidad, por ejemplo los forenses, el cliente no tiene ocasión de manifestar su descontento por el trato recibido…
Pero, en términos generales, cuándo vas a un médico, sobre todo los especialistas, siempre se ponen en lo peor. Te vas a morir, la enfermedad es muy grave, la operación es complicadísima, o bien no saben que es lo que te sucede, es una enfermedad muy rara y minoritaria, que la medicina todavía no conoce, hay efectos adversos en el tratamiento, etc.
En otras palabras, que si luego ocurre lo que muchas veces sucede, es decir el deceso del paciente –exitus le llaman-, no puedes quejarte, pues ya te lo habían advertido con antelación. Es más, antes de operarte o practicar cualquier intervención con un mínimo riesgo te obligan a firmar el llamado “consentimiento informado”, en dónde te advierten de todos los riesgos posibles, para curarse en salud.
Si luego las cosas salen bien, acabas convencido de que tu médico es Dios –y que me perdone el Señor-, que ha hecho un auténtico milagro, y que estabas con un pie en el cementerio…
¿Cómo actuamos los abogados? Pues exactamente al revés. Cuando viene el cliente la mayoría le dice que el pleito está ganado de antemano, vamos que ir al juzgado es un mero trámite, por la pesadez y contumacia del contrario, cuyo abogado obviamente es tonto del culo. Y luego, cuándo se pierde el litigio, e incluso se le imponen las costas a nuestro cliente, este sale del despacho despotricando no sólo del abogado que le acompañó al juzgado –y no digo asistió, pues algunos realmente más que asistir se limitan a acompañar-, y convencido de que le tocó en suerte no un letrado, sino un iletrado (y a veces no le falta razón).
Creo que los abogados tendríamos que ser más modestos en nuestras relaciones con los clientes, exponerles los pros y los contras de la acción que pretenden entablar, o del pleito al que se han visto abocados por una denuncia o demanda, en definitiva, actuar como los médicos.
Y, por supuesto, hablarles de la previsible condena en costa. Claro que de actuar así, es posible que los pleitos se redujesen a la mitad de los actualmente existentes, y somos un colectivo de más de cien mil personas, con nuestras respectivas familias, que tenemos la costumbre de comer todos los días…
Publicado en Diario YA y Catalunya Press (10/02/2015), Sierra Norte Digital y Diario Rombe (11/02/2015) y El Manifiesto (20/02/2015).
Estimado compañero, tienes mucha razón en lo que dices. Por desgracia muchos abogados cuando tienen delante a un posible cliente no piensan en como resolver sus problemas con el menor coste posible, tanto económico como emocional o humano, sino que sólo ven a una «máquina tragaperras», de la cual con un poco de suerte podrán sacar el premio gordo…
Aunque ello sea a costa de los intereses del cliente.
Esta es una de las principales características que distingue entre los buenos y los malos abogados: los buenos son los que velan por los derechos y legítimos intereses de sus clientes, como si fueran los suyos propios, y los malos los que solamente piensan en el dinero…
Gracias por decir en voz alta lo que muchos pensamos.
Una parte de los abogados sólo aspiran a coger casos nuevos, y pedir una abultada provisión de fondos al cliente. Una vez que éste ha sido «sableado», pasan del asunto y van a por nuevos clientes… Creo es una forma de actuar nefasta, que dice muy poco de la profesionalidad del abogado en cuestión, y que a la larga se vuelve en contra de la dignidad y el prestigio de la profesión…
¿O es que no hemos oído historias de actuaciones de compañeros que nos han hecho sonrojar, y producido vergüenza ajena?