Parados y funcionarios


He sido parado, y también funcionario. Como parado la verdad es que nunca estuve inactivo, pues estudiaba, leía, escribía, pensaba… También funcionario interino, tras superar un concurso nacional, publicado en el BOE, y al que podía acceder cualquier Licenciado en Derecho que cumpliese determinados requisitos. Y contratado administrativo como Profesor de la Universidad de Zaragoza.

Y en todos los sitios he visto muchos vagos. En el INEM personas que no tenían ningún interés por trabajar, o que trabajaban en la economía sumergida, mientras que el desempleo les proporcionaba la cobertura sanitaria, las cotizaciones para la jubilación y “complementaban” la prestación correspondiente con el dinero negro obtenido en la economía sumergida. Desgraciadamente hoy en día ya casi no hay parados trabajando, pues no hay trabajo…

En cambio, el número de funcionarios no para de crecer. Hay cinco millones de parados “registrados” –la cifra real es superior, pero muchos están tan desanimados que ya ni se molestan en inscribirse en el INEM-, y alrededor de cuatro millones de empleados públicos, concepto más amplio que el de funcionarios, y que engloba al personal laboral, eventual, de confianza, altos cargos, e incluso políticos, que no hay político que no se fije un buen sueldo, y cotice a la seguridad social, que el interés general empieza por uno mismo.

Por no hablar de las empresas públicas, que proliferan por doquier, para dar acomodo a amiguetes, parientes y correligionarios. Más de dos mil quinientas tenemos en lo que queda de España.

¿Cuándo va a terminar este derroche de personas, medios y dinero?

La diferencia entre el fraude de los parados y los funcionarios es muy notoria: un desempleado puede “estafarnos” dos años de prestación, como máximo, pero un empleado público puede pasarse cuarenta o cincuenta años sin pegar pago al agua, o, lo que es peor, haciendo mal su trabajo, sin que por ello le pase nada, salvo que sea desafecto al partido en el poder, o les caiga mal a sus jefes.

La irresponsabilidad en la función pública es total. El funcionario que nada hace es el que mejor vive, pues difícilmente se equivoca o puede corregirse su labor, mientras que el que es muy trabajador, siempre acaba metiendo la pata en alguna ocasión, por lo que puede incurrir en responsabilidad.

En resumen, se habla mucho estos días del fraude de los desempleados que no son tales, pues trabajan en la economía sumergida, pero nada se dice de los funcionarios que sobran, del exceso de empleados públicos o de la prepotencia e incompetencia de algunos de ellos, que son nuestros empleados, no nuestros señores.

Y, por supuesto, hay que suprimir los trienios, al igual que se hizo con el Estatuto de los Trabajadores para el personal laboral, como forma de conseguir una reducción de la masa salarial de los empleados públicos. No tiene sentido que cada tres años se devenguen automáticamente incrementos salariales, y ello con independencia de la competencia –o no- del empleado público.

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