Ya les suspenderá la vida
En la universidad pública trabajé con un viejo cátedro, que me decía que me quería mucho…, pero luego hizo titular a su ayudante, como mandan los cánones. Este hombre, que ya estaba desengañado de la vida, seguía la consigna de otro catedrático, también harto de todo, menos de los chicos guapos, a los que miraba con arrobo y admiración, no sé si sexual, y preconizaba la falta de dureza a la hora de corregir los exámenes con el argumento de que: “ya les suspenderá la vida”.
Como boutade, parida o chorrada, la frase está muy bien, pero cuando uno es un funcionario público, que cobra su salario, quinquenios, sexenios y la biblia en verso, parece evidente que tiene una cierta responsabilidad con esa sociedad que le paga el salario, y que debe ejercer una criba de los futuros profesionales titulados.
¿O es que a alguien le gustaría que el médico que le atiende aprenda y experimente con sus enfermedades? ¿O que el abogado que supuestamente te defiende lo único que haga es acompañarte al juzgado, pues su ignorancia es supina…? ¿O que el puente por el que transitas haya sido construido con graves defectos estructurales por un ingeniero de caminos, canales y puertos más preocupado por las litronas de fin de semana que por aprender los rudimentos de su profesión?
Cuando somos ciudadanos, y todos lo somos, fuera de las horas de trabajo, queremos que se nos presten los mejores servicios, por profesionales cualificados, sean de carreras o de oficios, que todos son igual de dignos.
Y de la misma forma que cada vez es más difícil encontrar un albañil, un pintor o un fontanero que sea una persona competente, lo mismo sucede con personas que han conseguido terminar una carrera, sabe Dios como, que cometen innumerables faltas de ortografía en sus escritos, que no saben redactar correctamente, que no se expresan de forma inteligible, o que no tienen vocación, ninguna vocación, de servicio.
Profesores que han elegido la docencia “motivados” por los cuatro meses de vacaciones anuales, entre el verano, la navidad y la semana santa, o policías a los que no les gustaba trabajar, y por eso han querido ingresar en un cuerpo de seguridad.
Por supuesto siguen existiendo personas que hacen su trabajo vocacionalmente, y creo se notan enseguida, por el entusiasmo que ponen en lo que hacen, sus deseos de aprender más, de superarse… Y que paradójicamente suelen ser los peor vistos, tanto por sus compañeros –a los que hacen quedar mal-, como por sus superiores, pues muchas veces piensan que quieren quitarles el puesto, tan “lameculamente” conseguido, en muchos casos.
Vivimos en un país donde no se valora el mérito y la capacidad personal, el trabajo, el esfuerzo, la dedicación. La mayoría de la gente elige su carrera o profesión en función de lo bien que piensa que va a vivir en esa canonjía, más que por una vocación personal y de servicio a la sociedad.
En resumen, y desde la docencia universitaria a la que he retornado: no podemos esperar a que les suspenda la vida, con las imprevisibles consecuencias para sus clientes, pacientes o usuarios. La sociedad espera que les suspendamos nosotros, si preciso fuere.
O, mejor dicho, como hacen en Argentina, con esa palabra que me resulta tan agradable: aplazado, para significar que una persona no ha llegado al nivel mínimo que se exige, es decir el equivalente a nuestro suspenso.
No es nada reprobable. Significa simplemente que tienes que estudiar más. En cambio el reprobado, como su propio nombre sugiere, quiere decir que has respondido al examen con el folio en blanco, que has sido cogido copiando, en fin, que se te descalifica de una forma infamante.
Pues eso, más reprobados y menos ocurrencias de “ya les suspenderá la vida”, que la sociedad quiere que cumplamos con nuestros deberes profesionales, como marca la tradición y exige el bien común.
Desgraciadamente, por obra y gracia de la LRU, la LODE, la LOGSE y demás paridas socialistas, la educación pública está por los suelos, claro que eso no les importa a los socialistas, pues ellos llevan a sus hijos a buenos colegios y universidades privadas…
Los propios grados se han transformado en el equivalente a las diplomaturas universitarias, con un nivel muy inferior al de las licenciaturas tradicionales.
De seguir así las cosas, no es que vengamos del mono, sino que venimos del mono y vamos de nuevo camino del mono, y a pasos agigantados.
Desgraciadamente la mayoría de los profesores pasan de ser duros, pues no quieren problemas con los alumnos, y optan por casi regalar los aprobados… Como me decía un compañero, «así te evitar tener que corregir varias veces su examen», es decir, se reduce el ya de por si escaso trabajo del docente. Y claro, luego pasa lo que pasa, que los estudiante salen a la vida profesional con muy escasa preparación, y es a base de meteduras de pata como aprender… ¡Desgraciados los que caigan en sus manos -más bien zarpas- durante sus primeros años de ejercicio profesional!
En estos momentos, ante la escasez de alumnos, y el exceso de universidades, entre públicas y privadas, creo que la exigencia está bajo mínimos, pues si el estudiante ve que la universidad en la que está es muy dura, se traslada a otra más benévola…
Amigos míos terminaron la antigua Licenciatura en Derecho en las Facultades de Santiago de Compostela y de La Laguna, en Tenerife, donde por las razones que fueren, el nivel de exigencia era mínimo.
Cuando uno se acoge a estas «rebajas», luego que no se extrañe de que la vida le suspensa…, pues el mismo se ha buscado, a conciencia, ese suspenso.
A lo mejor tendríamos que olvidarnos de querer ser todos abogados, médicos, ingenieros, etc., y fomentar en serio de una vez la formación profesional, y esos oficios de los que estamos tan necesitados: fontaneros, electricistas, carpinteros, escayolistas, etc.
Siempre que hacemos alguna reforma veo que los trabajadores son extranjeros, fundamentalmente rumanos, pues por lo visto aquí en España todos los profesionales de oficios deben de estar ya jubilados, o no tienen ganas de trabajar, y prefieren estar en el paro…
Un país que necesita mano de obra extranjera para cualquier tarea, pues es incapaz de tenerla propia, es una pena de país.